lunes, 11 de agosto de 2008

Heroína sí, alcohol y tabaco no

Nota: este relato es totalmente ficticio y su autor censura el consumo de todo tipo de drogas.

El destino quiso que cambiara el lujo de los despachos por un mugriento almacén, la chaqueta y corbata por un forro polar hasta en verano (el almacén estaba todo el año a dos grados) y los balances de sumas y saldos por la carretilla, el grupo electrógeno y los evaporadores, que no te veas el coñazo que da la escarcha que se forma cuando abres la puerta y entra de golpe una masa de aire treinta grados más caliente que el interior de la cámara.


Por suerte, el enfrentarme con todo aquello no fue como mozo de almacén por haberme estrellado profesionalmente sino todo lo contrario: me hicieron máximo responsable de aquel tinglado y tenía que mamar la primera línea de fuego para poder tomar decisiones importantes.


Eso hizo que mis dos años en aquella nave fueran de los mejores de mi vida profesional: gente llana, que por otro lado son más listos que el hambre (¿quizá porque la pasan?), situaciones nuevas, cuestiones técnicas que suponían todo un reto para mí, y sobre todo una evasión de ese mundo artificial en el que hay que ir bien arreglado, cuidar el vocabulario y temer más que a nadie al que más sonriente te mira.


Fue en el almacén donde conocí al Flores. Él entró por ETT como mozo de almacén cuando yo llevaba casi dos años allí, había cumplido con mi cometido y estaba a punto de volver a los despachos inmaculados con gran dolor de mi corazón.


Desde el primer día consideré un hallazgo el fichaje del Flores. Coincidió que nuestro Pepe de toda la vida estaba de vacaciones cuando él entró y Flores se lució reparando en cinco minutos cosas que Pepe había tenido abandonadas durante años: desagües que goteaban, interruptores que no encendían, puertas que no cerraban...


La voz aguardentosa del Flores era casi cómica y aunque su aliento apestaba a alcohol no olía mal del todo: a mí me olía a vino, por lo que supongo que él bebería otra cosa que se transformaba en vino al mezclarse con sus jugos gástricos.


Cuando Pepe volvió de vacaciones prescindimos del Flores, que por tanto estuvo con nosotros algo menos de dos semanas, tiempo suficiente para darme cuenta de su valía humana y profesional, por lo que me quedé con su número de teléfono para futuras colaboraciones.

Al cabo de unos meses, cuando ya estaba totalmente centrado en mi nuevo proyecto de oficinista, y a raíz de planear una reforma en casa llamé al Flores para ver si le interesaba ese pequeño trabajo de albañilería y quedamos para enseñarle mi casa y tomarnos una cerveza.

El trabajo le interesó y en breve lo acometeremos, pero lo más interesante fue conocer a ese pedazo de persona con la que tuve una química brutal desde el primer momento, a pesar de que nuestros orígenes, trayectorias e incluso ideología no podrían ser más dispares.

Estoy convencido de que es posible aferrarse a lo que nos une con otros mortales y obviar lo que nos distancia de ellos, por muy relevante que pueda parecer eso que nos separa.

Resulta que el Flores había estudiado en el mismo Colegio de jesuitas que yo. ¡Joder, qué casualidad! Claro que aquello fue en 1978, cuando yo estaba en 3º de EGB y él en 1º de FP y él sólo duró un año allí: los dos primeros trimestres sacó una media de notable pero después lo crucificaron tras decirle a un cura que él no creía en Dios. A partir de ese momento le empezaron a llover los suspensos y terminaron echándolo ese mismo año.

Por supuesto el Flores había conocido mi antro favorito: la Farándula, lo más underground de mi ciudad, donde estuve dos años pinchando música.

Y hablando de música estuvimos varias horas: que si La Polla, Cicatriz, Eskorzo, Eskorbuto, La Banda Trapera del Río, Deep Purple, Pink Floyd... Teníamos gustos muy parecidos, por lo que pronto caimos en una gran complicidad, que nos llevó a sincerarnos en otras áreas.

Para más INRI, aunque muchos años antes que yo, el Flores también se había casado por lo civil, sin celebración ni disfraces y se había ido de viaje de novios a Granada, ¡igual que yo!

Él también era padre de una sola hija, sólo que la suya tenía 18 años y la mía 10 meses.

Como en política él era más rojo que un coche de bomberos y yo ahora me declaro radicalmente liberal y de derechas pensamos que nuestra conversación, al menos a esas alturas de empezar a conocernos, sería más productiva si saltábamos a otras materias en las que tuviéramos más coincidencias que discrepancias. Con todo, también en política había una gran coincidencia, sobre todo a la hora de criticar al Gobierno y censurar todo tipo de totalitarismo (incluido el mediático), la hipocresía y la corrupción.

Yo creo que ser de derechas o de izquierdas es algo visceral, no racional. No puede explicarse, es como ser del Betis o del Sevilla, de la Macarena o de la Esperanza de Triana. Nunca vas a convencer al otro de tus ideas, por muy claras que las tengas y muy razonado y persuasivo que llegue a ser tu discurso.

Por tanto, como no conducía a nada en ese momento enzarzarse en estériles discusiones políticas, empezamos a hablar de drogas.

Él decía que fumaba porros de vez en cuando. A veces tenía él, a veces su hija, y se lo pasaban mutuamente. Esa sinceridad y complicidad paterno-filial me pareció entrañable. El Flores estaba muy orgulloso de su hija. Cuando ella tenía 12 años el Flores se separó de su mujer y los jueces le dieron a él la custodia de la niña, por lo que la había criado solo en los años más complicados. El Flores contaba con toda naturalidad cómo en verano tanto él como su hija se paseaban por la casa en pelota picada, ya que eso para ellos era lo más cómodo y natural.

De esnifar pasamos los dos, aunque reconocemos haberlo probado mil veces. La farlopa está tan extendida que se me antoja de una vulgaridad supina. "Raya" equivale a dosis de cocaína en el Diccionario de la RAE (acepción nº 11). Meterse una raya es tan zafio como ver Operación Triunfo.

Además, no nos gusta el efecto agresivo y acelerador de la coca, ni el perfil de su consumidor medio, ni la molestia de tener los capilares nasales reventados y sangrantes.

En cuanto a drogas más duras, yo había tenido un hermano heroinómano y politoxicómano ("redondo" en el argot del Flores), que sólo se había podido salvar de la cárcel o la muerte (únicas opciones del enganchado al caballo) gracias al lavado de cerebro que le hicieron en aquella secta evangélica. Le dije al Flores lo de siempre: eso le pasa a un hermano no drogadicto y lo consideras una desgracia; le pasa a un deshecho humano al borde del abismo y dices que ha sido una bendición.

Entonces el Flores me confesó que él también había estado en un centro de desintoxicación, pero no por las drogas sino por la "priva", pues al morir su padre justo un año después que su madre llegó a beberse una botella de ron a palo seco de un trago como cosa habitual (estaba claro que aquel timbre de voz se lo había ganado a pulso y con gran esfuerzo).

La experiencia del Flores en ese centro duró apenas media hora. Lo recogieron en su casa, a cien kilómetros del centro al que lo llevaban. Se tomó un café en un bar con los dos colegas que lo recogieron, que estuvieron explicándole las condiciones de su ingreso, que al Flores en principio le parecían bien. Mientras tenían esa conversación el Flores había puesto encima de la mesa del bar los tres o cuatro libros que había escogido como lectura para aquellos primeros y duros días de desintoxicación. Los dos coleguitas no le dijeron nada sobre la lectura, pero cuando llegaron al centro le quitaron los libros y le señalaron la Biblia que estaba sobre la mesita de noche de su habitación.

Eran las tres de la mañana y el Flores dijo que quería desintoxicarse, no convertirse al cristianismo ni renunciar a su libertad de pensamiento. Les pidió que lo llevaran de vuelta a su casa y los "hermanos" sólo accedieron a dejarlo en la estación de autobuses más cercana, donde tuvo que pasar la noche a la intemperie y a la mañana siguiente mendigar el importe del billete, pues no llevaba un céntimo encima.

No, el Flores no era un enganchado de las drogas. Él lo había probado todo, menos en vena, que le daba repelús. Sí había pinchado a sus amigos con mono que no atinaban a las venas, por caridad, y sabía lo chungo que era aquello.

Y de la priva se desenganchó él solito. El centro de desintoxicación le enseñó mucho, en muy pocos minutos, sobre la vida y con esa lección aprendida no le costó mucho dejar de beber.

Ya que nos habíamos sincerado tanto el Flores me contó su experiencia en la cárcel, de sólo quince días, aunque para él fue un purgatorio infinito, por haberle zurrado a unos picoletos. Curiosamente la paliza se la dio en un puti-club, donde él no estaba como cliente (jamás se ha ido de putas, lo cual le honra enormemente) sino como currante.

También me contó sus múltiples oficios aprendidos: en matenimiento de piscinas, como jardinero, electricista, fontanero, albañil...

Cuando ya habíamos llenado la panza e íbamos por la tercera o cuarta cerveza fui yo quien le propuse darnos un homenaje en mi casa para escuchar buena música y él propuso que nos drogáramos con algo que yo no había probado nunca: crack en plata.

Él tenía su bicicleta en las tres mil y tenía que ir a recogerla antes de que sus "amigos" la vendieran para meterse droga. De paso tenía que comunicarle a una señora que a su hijo lo habían detenido y metido en la cárcel. Aprovechó ese viaje para comprar 20 euros de crack.

Yo empecé a alucinar con todo lo que estaba viendo y viviendo, pues mi hermano era 9 años mayor que yo y yo era muy pequeño cuando él se metía, por lo que todo lo que hice y presencié en las horas siguientes era nuevo para mí.

El coche que llevamos a las tres mil fue el mío (el Flores, como digo, se mueve en bicicleta). Había decenas de furgones policiales por todas partes y yo no sabía cómo el Flores tenía valor de ir a comprar droga en mitad de esa desmedida presencia policial.

En cuanto el Flores bajó de hacer su "gestión" y se subió a mi coche un coche patrulla se abalanzó sobre nosotros obligándonos a bajar despacio del vehículo y con las manos en alto, como si fuésemos unos vulgares delincuentes.

En ese momento el Flores me tranquilizó diciéndome que no me preocupara porque no había podido pillar.

Los maderos nos hicieron vaciarnos los bolsillos muy lentamente, tuvimos que poner las manos encima del coche, nos cachearon minuciosamente y nos hicieron quitarnos los zapatos y los calcetines.

Con nuestros DNIs y la matrícula del coche hicieron pesquisas en su central, que confirmó que estábamos limpios. Inspeccionaron el vehículo a fondo. No encontraron nada. Para mí lo más sorprendente era la tranquilidad del Flores. Lo primero que preguntó el madero fue "¿qué, venimos de pillar, eh?" y la respuesta, sin inmutarse, del Flores, fue que sí, pero que no había conseguido nada. Con dos cojones.

Uno de los dos polis, el más joven, parecía muy cabreado por no encontrarnos la droga encima y al final nos dijo que por esa vez nos habíamos librado.

El Flores se veía muy desenvuelto en esa situación, pero para mí era algo totalmente nuevo y francamente desagradable.

Al doblar la primera esquina el Flores me enseñó sonriente las tres bolsitas que había pillado. ¡Hijo de puta! No sólo se había cachondeado de los polis sino que, muy hábilmente, me había mentido a mí antes para que yo no me pusiera nervioso. El tío es un genio. Entonces me contó que eso era muy fácil, que lo jodido es cuando te llevan a Comisaría y te hacen desnudarte por completo (en plena calle, lógicamente, no pueden hacerlo). Me dijo que él en una ocasión había escabullido siete gramos en la Comisaría, aun desnudo.

El menú para esa tarde eran dos dosis de base (cocaína tratada, que no sirve para esnifar) y una dosis de heroína. Me sorprendió que la heroína sólo costara 4 euros (los otros 16 eran para la base, a 8 euros la dosis), sobre todo cuando nos cundió para siete largas horas de conversación ágil y deleite musical.

Otro dato curioso fue que el trozo de papel de plata se adquiría fácilmente en cualquier quiosco de chucherías de las tres mil al módico precio de 20 céntimos. Ciertamente práctico, pues no me veo a ningún yonki entrando en el super para comprar un rollo de 32 metros de papel aluminio.

El ritual del Flores aliñando la droga era para verlo. El crack se fuma con mucho cuidado, inclinando bastante la plata, dejando que esa gota de color marrón oscuro fluya con rapidez de un extremo a otro de la plata mientras se le da calor por abajo con el mechero, pero dejando la llama siempre ligeramente detrás de la gota, lo que requiere una gran pericia, dado que la plata tapa la llama, es decir que tú ves la gota, no el mechero.

Por lo visto es muy importante que no caiga ninguna gota de sudor sobre la droga, ni ninguna otra sustancia, ya que la echaría a perder. Tampoco puede arrugarse el papel plata ni puede pegarse demasiado el turulo de plata a la gota ni debe calentarse en exceso el crack. Lo que no entiendo es cómo un yonki puede tomar todas esas cautelas si se pone a fumar drogado o con mono. Supongo que con práctica terminan haciéndolo mecánicamente con un vicio que te cagas, igual que cuando yo he conducido mi moto de 120 caballos borracho como una cuba y pudiendo a duras penas subirme encima de ella.

Para mitigar los inevitables sofocos hay que desproveerse previamente de la camisa. Por último, como las manos se te ponen negras es importante ver qué tocas antes de lavártelas.

La tarde transcurrió de manera memorable: conversamos de lo divino y de lo humano, escuchamos buena música y le pegamos al tema con extrema moderación. Aquella gota parecía inextinguible. A mí el humo me olía a aceituna. Según el Flores a cada persona le evoca algo distinto.

Luego nos fuimos a bailar (gracias a Dios hay garitos decentes donde ponen música setentera de muchísimos quilates) y a las 4 de la mañana dejé al Flores en su casa.

Es curioso que yo no sienta repulsa ante este tipo de droga tan tabú cuando soy un beligerante enemigo del tabaco. Pero es que me molesta tanto el humo y me parece tan gilipollesco estar enganchado a algo que no te coloca...

Por suerte, mis escarceos con la heroína son totalmente inofensivos, ya que mi riesgo de engancharme es cero. Aquel día hice eso porque estaba de Rodríguez, ahora vuelvo a mi rutina de dar biberones y disfrutar de mi bebé. Pasarán meses hasta que tenga otra oportunidad de probar el caballo y lo más seguro es que cuando vuelva a tener la ocasión no lo haga.

No me parece muy ético recomendar esta droga, pero sí diré que me parece muy hipócrita que la cocaína esté tan extendida y hasta bien vista mientras que la heroína se consideran palabras mayores o cosa de marginales.

La sensación que produce la heroína (al menos mezclada con base, que es como yo la he probado) es bastante placentera. Por un lado, tu cuerpo no se te acelera, sino que se relaja, pero a la vez tu mente vuela y aguantas despierto mucho tiempo. Luego duermes como un bendito y al día siguiente no tienes resaca.

Actualmente he enchufado al Flores en el almacén, para que tenga la oportunidad de trabajar en un sitio estable, aunque él y yo sabemos que el enchufe sólo sirve para entrar, no para mantenerse ni mucho menos para ascender.

En cuanto a mí, he descartado meterme nada por las tochas para el resto de mi vida, que en los próximos meses será de una abstinencia total de drogas, salvo el alcohol, que consumo con muchísima moderación (lo de ir ciego en moto fue un par de veces, no más).

Sed buenos, que la vida es muy bonita (y la paternidad ni te cuento).