David Muñoz Dueñas, colaborador de Diario Jaén, murió hace unos días. Era comercial, vivía en Madrid y tenía una hija. Generalmente escribía columnas de opinión que siempre me resultaron certeras; me parecía un tipo reflexivo con la virtud de saber poner por escrito los pensamientos que desordeno cuando hablo de política, como si sus opiniones fueran mías pero mejor fundamentadas, como si él tuviera claro lo que yo tan solo vislumbraba. No le conocía, por lo que ruego toméis con cautela lo que cuento, pues os hablo de memoria, de recuerdos que he podido falsear, de frases sueltas recogidas en la prensa o en mis búsquedas por Internet. Sí visualizo su imagen: un hombre joven de incipiente calvicie que soluciona con un rapado que le favorece y le enmarca una mirada penetrante, con pinta de ser un tío interesante, alto, guapetón, quizá un punto desgarbado. Sale de casa para trabajar, le da un infarto y ayer se queda a solas en su nicho, supongo. Fin de la historia.
Eddi Vansi, escritor fracasado, noctámbulo, alcohólico y dotado de la lucidez de los genios vencidos muere el mismo día. Puedo verlo, Tanqueray en mano, tras la barra de su antro madrileño escuchando las penas de su jefe que se arruina, de Susana la Bohemia que esquiva la vejez arreglando el mundo mientras el orujo se desliza por su gaznate, hablando de Clara o de su exmujer, bajando la persiana para emborracharse a solas o para follarse a alguna de sus fanáticas seguidoras, que tras leer su blog (su vida, sus pensamientos) Fracasar no es fácil no pueden evitar buscarle para entregarse a ese maldito y malhablado genio que decide conservarse en ginebra en lugar de ganar el premio Planeta, o el Nóbel, qué carajo.
No recuerdo cuando comencé a frecuentarlo, pero sí que me ganó como lector apasionado desde que por casualidad leí uno de sus párrafos. Cuando en 2007 le dieron el premio 20Blogs al mejor blog literario (creo recordar) me hice fijo. Llenó su copa, dio una palmada en la mesa y soltó una carcajada pensando en lo pretenciosos que resultan los premios, dijo quién debía haber ganado y se limpió el culo con la encuesta de autobombo que solo publicaron a los demás ganadores, la suya se perdió tras accionar la cisterna, porque Eddi escribía para descargarse las tripas.
Estuvo un año desaparecido; depresión, imaginé, y hace poco volvió. En su última entrada descubro que Eddi tenía dos mitades: una es una chica que publica en solitario el blog La punta del tacón y la otra se llamaba David y ha muerto, lo que para Eddi debe ser como haberse quedado en coma, mudo y con algo de vida.
Me entero ahí, en esa última entrada ‘epitafio’ escrita esta vez por la mitad de Eddi, que este David mantenía otro blog que paradójicamente llamó El escondite y en el que el veintiséis de abril publicó su última entrada: “De vez en cuando”, la tituló. Permitidme que no lo enlace, me parece mal hacerlo, pues el blog ya está muerto (el de Eddi también), pero copio el comienzo:
«Sería bueno que, de vez en cuando, no sé, cada cierto tiempo, un dios, no sé, su mano, nos volteara.
Sería bueno que nos metiera en un cubilete de dados y nos sacudiera febrilmente, y nos dejara caer renacidos y revueltos en el tablero...»
Curioso ¿verdad?, escribe eso y se muere, dejando esas palabras suspendidas en su ‘escondite’, y cerrando de paso y para siempre el tugurio de Eddi Vansi. Este David, segundo muerto del día, nunca dejó pistas de ser la mitad de Eddi (imposible sospechar que no era real, menos aún que lo escribiesen dos personas: un hombre y una mujer a los que solo unía la pasión por la escritura; ella incluso intentaba seducir a Eddi desde los comentarios), pero en este segundo blog que firmaba como DMD (¿David Muñoz Dueñas?) descubre que también vivía en Madrid, que tenía un trabajo (¿comercial? no vivía de sus escritos), y que tenía una hija de ocho años a la que adoraba: Sofía. No es solo eso, son sus palabras, el estilo tan distinto pero tan poco distante, su ideología. Creo firmemente que la misma persona escribía la columna que leía en prensa y el blog que devoraba con pasión, y este convencimiento me ha inundado de sentimientos que necesito compartir, y lo hago por escrito.
Me habría gustado ser Eddi Vansi porque en su derrota estaba la mejor de las victorias: Fracasar no es fácil. Toda una vida de entrenamiento. Yo quería ser Eddi Vansi, en el fondo quería ser un personaje, nunca deseé escribir como el autor, deseaba escribir como Eddi. Con su talento yo me comía el mundo, pensaba, y era un espejismo. Con ese talento David tenía que picar puertas para vender enciclopedias, o visitar talleres para vender recambios o enviar mailing desde una oficina, qué se yo. Luego en casa, quizá con menos tiempo del que yo presumo, servía una copa a Eddi y le creaba una vida tan real y tan jodida que me dejaba exhausto.
Me deja tocado esta historia. ¿Recordáis como nuestro Garrancho de "El Valle" coleccionaba cadáveres? Miraba la muerte a la cara, fijando la imagen de cada muerto en su archivo mental; eran los cromos de un adolescente suburbial, sin esperanza. Me parecía una colección brutal. Hoy me di cuenta de que ese horror se repite por los siglos, cambiando tan solo de piel. Los actuales adolescentes tecnológicos no encuentran jeringuillas en los parques, no oyen muertes a puñal, no son perseguidos por ladrones; ahora el chantaje es virtual, reciben la droga en paquete postal y la visión de la muerte está a un clic.
Si, ahora se pueden coleccionar blogs de muertos: una carpeta en Favoritos: “Muertos”, donde enlazar aquellos que quedaron en suspenso. Garrancho sería capaz de buscar para matar a un buen bloguero después de una entrada ‘conveniente’ (tristemente la de David lo era) para ganar un nuevo enlace. Así me parece aún más sicópata nuestro personaje, que curiosamente, como a Eddi, creamos a cuatro manos. Porque el blog de un muerto en el que no está activa la moderación de comentarios se convierte en un libro de visitas para la tumba del autor, en el libro de los muertos de nuestra era, tan desconcertante como el que mostraba Amenábar en "Los Otros".
En el blog de Eddi los comentarios son tristes, pero tienen nivel, como si no quisieran desmejorarle el blog al personaje, que por otro lado ya se sabe que está muerto; su libro de visitas es una celebración de su talento, una muestra de agradecimiento, un hasta luego, hermano.
En El Escondite de DMD los comentarios son mucho más escalofriantes. Esa entrada premonitoria sigue con alguna felicitación por su calidad, luego algún amigo se despide. Comienzan las dudas, hasta que alguien confirma su muerte, informando incluso de la sala del tanatorio donde se le vela. Hay de todo, incluso varios comentarios de quien parece su último rollo: una chica que conoció una semana antes de morir y que ante la visión de la desgracia necesita autoplocamarse la persona más importante en la vida de DMD y comienza a enviarle mensajes con poemas y canciones, hasta que tienen que callarla. El escondite de David termina convertido en el libro de su muerte, un libro con más contenido y más sobrecogedor que el de Eddi, pues en él se despide a la persona, no al personaje.
A David Muñoz Dueñas, colaborador de Diario Jaén, lo liquidan en su periódico con una necrológica de un tercio de columna lateral en una de las páginas finales, en el hueco más barato, seguramente. Ha muerto. Descanse en paz.
En fin, maneras de morir.
Un día hablamos de la trascendencia de las palabras, de lo peligroso que era ponerse por escrito con la inmediatez de un blog, de lo fácil que es buscar dobles intenciones, malinterpretar una broma, olvidarse de cuándo habla el personaje y cuándo la persona. Hoy me alegro de ser aquí solo Volti; Volti prepotente, borde, absurdo o divertido, pero Volti y no yo.
Porque no he podido evitar ponerme en el lugar de Sofía, imaginarme dentro de ocho o diez años, con la resolución de la adolescencia, queriendo saber de mi padre, ordenando las piezas. Encontraría su faceta profesional, de comercial solvente, el pluriempleo en periódicos locales como comentarista político y de opinión, en Diario Jaén, antes en Ideal. Quizá tendría alguno de sus escritos, conocería su pasión literaria, su genialidad creadora; y buscando tal vez encontrara que una vez formó parte de Eddi Vansi, y me enorgullecería de llevar su sangre.
Pero nunca, jamás, hubiera querido encontrar su escondite. Porque no hubiera podido perdonar a mamá el dejarme verlo cada quince días tan solo. Porque nunca, jamás, habría conseguido sacar de mi cabeza esos gritos pregonando su amor por mi, que, en forma de entradas, colgaba en su blog cuando no soportaba mi ausencia. Porque nunca, jamás, debería una hija recobrar a un padre casi olvidado mediante palabras recién salidas de sus dedos, mientras, sin saberlo, el aliento de la muerte empañaba su pantalla. Porque todos tenemos un escondite que nadie debería destrozar a patadas, y porque hay cantos que, aunque lo parezcan, no entonamos para siempre:
«Sería bueno que, de vez en cuando, no sé, cada cierto tiempo, un dios, no sé, su mano, nos volteara.
Sería bueno que nos metiera en un cubilete de dados y nos sacudiera febrilmente, y nos dejara caer renacidos y revueltos en el tablero...»
D.E.P.