martes, 4 de marzo de 2008

LA CHAPUZA

Dice nuestro diccionario que una chapuza es una Obra o labor de poca importancia, también la define como aquella hecha sin arte ni esmero. O sea que si a una tareilla, por mínima que fuera, le diéramos la mayor importancia y la ejecutásemos con esmero, dejaría de ser una chapuza para merecer descripciones de más alta alcurnia; Digámosle: ¿Instalación? O algo menos técnico: ¿Artesanía? ¿Podríamos atrevernos con Creación?

Sirva pues esta breve reflexión para demostrar a los entregados trabajadores que su estado de vida no es más que un CASTIGO: “Té ganarás el pan con el sudor de tu frente” Sí, sí, con ésta y otras lindezas despachó un misericordioso Yahvé a aquel par de flipados, Adán y Eva, que no daban crédito a sus ojos cuando tras haber probado aquel insípido fruto (todavía no sabían que de allí se podía sacar un estupendo apfelstrudel, una refrescante y algo más sidra, o un mucho más Calvadós) se vieron de patitas en la calle, CONDENADOS A TRABAJAR.
Y es que además del divino calificativo de “castigo”, si pudiéramos también demostrar que el trabajo transforma la más emocionante de las tareas en una vulgar chapuza, quedaríamos entonces en que si TAMPOCO NOS ENRIQUECE, excepto en el sentido pecuniario, nuestra obligación como humanos coherentes con nuestra propia naturaleza, y libres ya de ese afán por volver al paraíso del que fuimos pateados, desechando (por irrelevante, dada su lejanía) toda ansia de trascendencia espiritual distinta de la vida de la fama que dilucidare don Lope de Vega. Si fuéramos así de libres, sería hora de empezar a pensar que el trabajo, ese remunerado, ese debido a exigentes e infieles clientes, a hipócritas jefes moralistas y a sociedades enfermas, debería ser eliminado de nuestras vidas. Y deberíamos pedir al Ministerio de Sanidad que abandonase estériles campañas en contra del vino o el tabaco para emprender la más enérgica, feroz e implacable en contra del trabajo remunerado. En cada nómina debería pues aparecer ese lema “El trabajo remunerado provoca una muerte lenta y dolorosa”, o ese otro “Trabajar provoca malhumor (terrible enfermedad)” o bien un simple “Trabajar mata”.
Pensemos en ello: ¿nos enriquece el trabajo? Pongámoslo a prueba ante una situación simple, cotidiana, de esas que tantas hay en nuestra vida, esa vida que tenemos que VIVIR y aprovechar para algo más que dar gracias por existir y pedir perdón por la puta manzana. Veamos pues la actitud ante esa ¿chapuza? que espera en casa…

No merece la pena llamar a ningún artista: el engorro de buscarlo, pedir presupuesto, discutir el precio, quedar con él, recibirlo, pagar y limpiar no merecen la pena. TIENES QUE HACERLO TÚ.
Supongamos que estas trabajando remuneradamente. O mejor, llamémoslo ya así: “malempleado”. Si estás malempleado la habrás pospuesto quinientas veces pero al final tienes que hacerlo, remangarte y hacerlo. Sin ganas, sin una sola puta gana después del día que llevas en el curro. Con el miedo en el cuerpo… “…seguro que me corto…” “…ya verás como me da un calambrazo…” “…siempre me falta algo y no lo puedo terminar…” Al final, terminas: “¡Al fin! Ya me he quitado este muerto de encima… Mañana podré llegar a casa… y sentarme ante la tele a vaciar la cabeza… y DESCANSAR”
Ahora supongamos que no estás malempleado y eres uno de esos privilegiados en paro: Tienes el tiempo suficiente para dedicarlo al estudio de la tarea. Valoras diversas estrategias y finalmente, cuando has ponderado todos, y digo todos, los pros y contras, te decides. Te pones manos a la obra, lo primero es asegurarte de que cuentas con todos los materiales y medios técnicos suficientes. Dispones de tiempo para visitar diversos comercios especializados, comparar precios y considerar nuevas soluciones técnicas que permitan aligerar el trabajo y/o mejorar el resultado. Ya lo tienes todo en casa, no necesitas empezar ahora, lo haces cuando te apetece, a lo mejor después de desayunar, o después de haberte fumado un cigarrito… Nada puede fallar… ¡Manos a la obra! … …¡FANTÁSTICO! Ha salido todo según lo previsto. Y todavía me queda toda la mañana para RELAJARME y DISFRUTAR de mis cosas, con los deberes ya hechos y este día que hace... ¡Ea! ¡y lo bien que ha quedado la bombilla! Cuando saque otro ratico me remango y le pongo una lámpara.


A mi juicio queda claro que la misma actividad hecha por la misma persona cambia completamente en función del estado “laboral” del actor. ¿No podríamos llegar a afirmar que el hecho de trabajar convierte una instalación, obra de arte o creación en una simple, vulgar y odiosa chapuza? ¿acaso hay el mismo esmero en quien hace algo con el único fin de quitárselo de encima que en quien disfruta de cada segundo de la elaboración?¿acaso la importancia de algo no va sino en función de la persona que la lleva a cabo?¿o es más importante diseñar un edificio para un arquitecto que comer para un hambriento?
Considero que el ejemplo utilizado es lo suficientemente ilustrativo y no es necesario recurrir a otras situaciones como ir al mercado a dejarte burlar por un rape tristón, preparar la comida (y no digamos ya saborearla) o leer los periódicos y disfrutar de la variedad de enfoques. Creo no excederme, por tanto, cuando afirmo que el trabajo empobrece nuestra vida; y que sí, que consigue hacerla más rápida, más atareada, más estresante, pero menos llena, MENOS DENSA. Y es una pena que estos cuatro años que tenemos para comernos se nos vayan por entre los dedos.