sábado, 8 de noviembre de 2008

La cata del siglo


Adentrarse en el mundo de las grandes añadas requiere una introducción a las peculiares características de estas catas.

En primer lugar, hay que preparar el bolsillo. Olvidémonos de acceder a estos vinos a precios asequibles y de poder encontrarlos fácilmente. Se trata de piezas de coleccionismo que circulan en un mercado de segunda mano mayoritariamente formado por particulares. No es habitual verlas en establecimientos abiertos al público.

Precisamente la limitación y opacidad del mercado de estos productos hace que al placer de beberlos se añada la satisfacción de su hallazgo tras arduas pesquisas y, no pocas veces, el morbo de haberlos adquirido por debajo de su precio normal simplemente porque su último poseedor desconocía por completo el valor de lo que tenía. Exactamente igual que ocurre en el mundo de los anticuarios.


Teniendo en cuenta lo anterior, lo ideal es ponerse en manos de alguien conocido que, siendo experto en la materia, haya tenido acceso a gangas y desee compartirlas reservándose para sí un margen razonable (y totalmente justificado como premio a sus conocimientos, esfuerzo, inversión y dedicación). Eso es mucho mejor que intentar aventurarnos por nuestra cuenta en un sector desconocido donde nos puede ocurrir justo lo contrario: que nos la den con queso. (Precisamente esta expresión -"que no te la den con queso"- proviene del mundo del vino y hace alusión al truco de los bodegueros de antaño de invitar a queso a sus clientes mientras degustaban sus vinos, ya que el queso tapa las papilas gustativas y hace que cualquier vino esté bueno).


Pues bien, gracias a Francisco la otra noche tuvimos la ocasión de probar diez vinos de grandes añadas que a cada uno de los allí presentes nos hubiese sido imposible comprar por nuestra cuenta.

Otro factor a considerar para disfrutar en plenitud de una cata de viejas glorias es reunir un número adecuado de personas, ni muy pequeño ni muy grande. En nuestro caso el grupo tenía el tamaño ideal: diez personas para diez vinos. La unión hace la fuerza y si una botella tiene un precio prohibitivo puede merecer la pena pagarla entre varios y diluir el esfuerzo económico de su adquisición.

Por otro lado, es habitual que algunos vinos de muchos años de edad no se hayan conservado en óptimas condiciones y se hayan echado a perder. Éste es un riesgo con el que hay que contar. Por eso es mejor organizar la cata simultánea de varios vinos para que no nos importe tanto el que en un momento dado un par de botellas terminen en el fregadero de la cocina.

Otro prejuicio del que debemos liberarnos es la fama o reputación que tenga actualmente una bodega. Las bodegas evolucionan, cambian de dueño, de gestor, de política... y es posible que una marca hiciera vinos maravillosos hace 40 años y ahora se dedique a aprovechar su prestigio pasado para colar en las grandes superficies cantidades enormes de vino mediocre, elaborado con uvas compradas a terceros y no procedentes, por tanto, de sus viñedos, a precios asequibles pero aun así demasiado altos para la baja calidad que ofrecen a cambio.

En cualquier caso, y con independencia de la bodega, parece que la forma de hacer vino de los años 60 y 70 no tiene nada que ver con la actual, que está condicionada por una fuerte competitividad y por el interés de acceder a un público cuanto más amplio mejor, lo que lleva muchas veces a crear vinos comerciales, aptos para todos los públicos, pero poco sorprendentes.

Si a la originalidad de los caldos de hace 30 o más años le sumamos la evolución singular que cada uno habrá tenido durante su crianza en botella a lo largo de varias décadas está claro que el producto que vamos a probar poco o nada tendrá que ver con los vinos a los que nuestro paladar está acostumbrado.

Hechas estas advertencias, pasemos a comentar los diez vinos que la otra noche tuvimos el enorme placer y honor de catar.

Torremilanos Gran Reserva 1976


Como se aprecia en la foto, la etiqueta de esta botella estaba muy deteriorada. No así su contenido, que es lo que importa.

De poca capa, con un color entre teja y piel de cebolla y ribete anaranjado. Sorprende la complejidad de su nariz: caramelo, barniz, cáscara de naranja, madera húmeda de tienda de antigüedades... Bastante terciario y con intensidad media. Increíble aroma a café al cabo de media hora.

En boca tiene poca estructura, persistencia media, un tanino amable y un cierto desequilibrio hacia una acidez ligeramente excesiva.

Chateau Belgrave 1981

Aunque su título de Gran Cru indica que el viñedo del que procede este vino estaba orientado al sol, la primera impresión que nos da este caldo es que a la uva le faltaron horas de sol o se cosechó cuando no estaba del todo madura.

Inicialmente desprende un aroma inequívoco a pegamento, aunque resulta más elegante decir que huele a laca de uñas.

Al cabo de unos minutos, y como es habitual en los Cabernet Sauvignon y en muchísimos vinos franceses, tenía un inconfundible olor a pimiento verde.

En boca no triunfó, resultando áspero, ácido y desequilibrado.

Viña Ardanza 1970


Primer plato fuerte de la velada. Bastaba ver la sonrisa de los reunidos al acercarse la copa a la nariz para darse cuenta de que estábamos ante algo muy especial.

A la vista no era nada atractivo: capa espesa, turbio, marrón... Sin embargo, su densa y lenta lágrima ya nos anunciaba una potente estructura, como luego se comprobó en boca.

A pesar de sus 38 años de edad, ahí es nada, tenía una intensidad medio-alta en nariz. Alucinante complejidad y equilibrio de olores: aromas primarios, secundarios y terciarios. Este vino lo tiene todo.

Cuero, coco, dulce de membrillo, betún, minerales. En nariz resulta goloso, cremoso.

En boca no encuentro palabras (qué paradoja). Se puede decir que es el vino perfecto. Sin duda el mejor de la noche (en boca), y eso que el listón estaba muy alto. Jamás he probado un vino más equilibrado. Y cómo llenaba la boca: qué cuerpo, qué carnosidad.

Mauro 1996

Con mucha capa, rojo picota y con ribete granate.

Regaliz, tinta china, crema catalana, piedra. Aromas primarios y secundarios. Balsámico.

Con cuerpo, goloso. Tiene un tanino que agarra, sin llegar a resultar áspero.

Al cabo de media hora en nariz es caramelo puro, Werter's Original.

Chateau Montrose 1974


Como el Chateau Belgrave había olido a pegamento Imedio y el Viña Ardanza de aspecto sucio y turbio había resultado uno de los mejores vinos que he probado en mi vida, cuando percibí el olor a humedad de pared y el tufillo a bajante de este vino ya me quedé dudando si evolucionaría al rato o me sorprendería en boca, pero la realidad fue que estaba corrompido y quienes nos lo llevamos a la boca nos arrepentimos, pues sabía peor aún de como olía.



Chateau De L'Enclos 1990


Vino granate, de capa media-baja, con ribete ocre y lágrima densa.

En nariz nos evoca cera (velas), cuero, especias, un pimiento muy integrado, cedro, eucalipto. Por la retronasal miel. Muy balsámico.

Se sugirió el pato a la naranja como maridaje ideal.

Muga Gran Reserva 1982


Quizá el vino más clásico y elegante de la noche. También, sin haberse deteriorado en absoluto, el que más acusaba su ancianidad (¡y eso que era entre diez y veinte años más joven que otros que se encontraban en plena forma, con una insultante intensidad en capa, nariz y estructura!).

Podemos decir que a éste no le quedan muchos años para poderlo disfrutar en botella.

Poquísima capa, casi transparente, hasta el punto de que su ribete ni siquiera se aprecia.

En nariz resulta sólo terciario y en boca un pelín metálico. Con todo, es finísimo y sutil. Pero apagado. Hay que beberlo rápido porque una vez abierto no evoluciona sino que se desvanece.

Es un vino técnicamente perfecto, pero no emociona. Puede ser muy del gusto de una persona mayor.

Campo Viejo 1964

La recta final de la cata fue absolutamente espectacular.


Este vino llevaba al menos 35 años en botella cuando lo descorchamos.

Turbio y con sedimentación. Por lo visto los franceses se comen estos posos untados en pan tostado.

Este anciano se encuentra en plena forma: capa media y aromas terciarios de intensidad media, especialmente a barniz, aunque inicialmente pega un golpe de óxido-reducción.

Como curiosidad se comentó que el año 64 en La Rioja fue catalogado como la mejor añada mundial de la historia.

Pingus 2003


Entramos en el terreno de la leyenda.

Todo el mundo habla sobre el Pingus, pero muy pocas personas lo han probado. No ya porque cueste unos 800 euros la botella, que también, sino porque sólo se producen 5.000 botellas al año.

Por tanto, tener la oportunidad de probarlo y poder opinar uno mismo pasando olímpicamente de lo que digan por ahí es ya en sí todo un acontecimiento.

Dos de los asistentes a la cata del siglo habían probado antes el Pingus y habían estado con Peter Sisseck en persona en la mítica bodega de Quintanilla de Onésimo, por lo que puedo narrar casi de primera mano algunas experiencias y anécdotas.

Este danés sólo utiliza roble francés para la elaboración del vino, tanto en los tinos como en las barricas, todas nuevas y de un solo uso. Toda la uva procede de un único viñedo. Sisseck se planteó comprar las fincas adyacentes pero desistió de esa idea al comprobar que el suelo a pocos metros de su finca ya no era igual. El despalillado se hace a mano.

El nombre Pingus proviene del apodo que tenía Sisseck en su infancia. Para su autor, Pingus 2003 ha sido el mejor vino que jamás haya hecho (¡precisamente la añada que nosotros probamos!).

Del vino en sí podemos decir que es muy especial, intensísimo y muy persistente. Tiene mucha concentración de uva y un color muy opaco.

Deja azúcar residual en la copa. Huele a grosella, a pimentón dulce, a confitura, a tostados...

Es mejor en nariz que en boca, donde resulta algo áspero.

Dada su potencia, se sugiere como maridaje ¡el chocolate puro!

Fue una pena tomarlo tan pronto, pues se estima que evolucionará a más en los próximos 10 años.

Vega Sicilia 1974

Otra leyenda de vino. Para mi gusto mejor que el Pingus. Para Francisco, Pingus está sobrevalorado. No tiene sentido que cueste lo que cuesta, salvo por razones de márketing y lujo, como es el caso.

En cambio, la calidad de Vega Sicilia es tan impresionante que estaría justificado que se cotizara más caro, sobre todo si lo comparamos con muchos vinos franceses.

El año 74 fue uno de los mejores. En general, en Vega Sicilia son excelentes los años pares y los mejor pagados el 68 y el 70.

De color rojo rubí, tiene un característico olor a cereza en licor.

La velada fue totalmente memorable, la cata colectiva fue una delicia, porque cada uno aporta algo y entre todos se hace la faena.

Por supuesto, la subjetividad es importantísima y cada uno opinó libremente y al final la lista de los 9 vinos limpios que pudimos probar ordenada de mejor a peor fue distinta para cada uno.

Hubo quien consideró que Pingus era el mejor. Para mí fue el tercer mejor vino de la noche, para otros el cuarto... Como el vino está vivo dentro de la botella, quién sabe si Pingus 2003 no se llevaría el gato al agua una década más tarde. Para mí, como el Vega Sicilia del 74 y el Viña Ardanza del 70 pocos vinos puede haber. Me parecieron sensacionales.

Como haremos otras catas, ya estoy deseando que llegue ese emocionante momento...