lunes, 26 de octubre de 2009

La Búsqueda

Es muy temprano y los primeros rayos de sol no calientan, pero alegran. La ciudad quedó atrás y la sucesión de pueblos pequeños, ríos y valles nos sitúan ante aquella montaña con pretensiones de faraónica muralla. Al otro lado nos espera La Meseta.

Serpenteando hacia la cima no podemos dejar de mirar el termómetro del coche; cada 100 metros de desnivel, un grado menos. Las heladas curvas blancas nos llevan hasta un imponente muro de piedra que anticipa el final del puerto. Para culminarlo sólo ha quedado una solución: atravesar el muro. Un túnel de 150 metros nos transporta a un paisaje lunar, no como el que se ve en las imágenes de la NASA, sino como ése que vimos de chicos en una noche de luna llena.
Las colinas suaves relucen con un manto de pedrería blanca. Los tristes y deshojados árboles de invierno se han convertido en plumeros de cristal.

Hemos llegado al último pueblo, siete casas de piedra gris helado. Siete casas: centro histórico, comercial, suburbio y arrabales de la mínima ciudad. Siete casas congeladas formando una plaza alrededor de la fuente congelada y su abrevadero de piedra. Entre dos de las casas sale un carril de tierra flanqueado por campos de cereales en pleno descanso invernal.
Tras dos kilómetros de carril es hora de caminar. Fuera del coche el frío es intenso, la noche muere poco a poco entre fantasmas.


Gigante, el sol asegura ser el rey mientras la niebla pelea por retrasar su muerte






En el camino hacia el pinar, el paisaje se nos va acercando, Incitándonos a disfrutar de las joyas esculpidas en la fría noche. Enseñándonos a afinar la vista y a centrarnos detalles.
Así, cuando lleguemos al oscuro pinar, no nos olvidaremos de que ella es caprichosa. Que sólo existe para quien sabe ver un bosque dentro de otro, para quien sabe que debajo del sol gigante hay un bosque enorme, con pinos altísimos que dan sombra a arbustos fabulosos que cobijan vastas praderas de musgo con mil seres al abrigo de la alfombra verde.


Es hora de empezar a buscarla. A Ella le gusta camuflarse y confundirse entre los demás habitantes de las praderas y detecta a los necios y los impacientes. Ella lleva demasiado tiempo esperando como para entregarse a alguien que no comparta su sensibilidad. Ella sólo sale cuando el momento es perfecto, le va la vida en ello. Tan sólo unos días para nacer y morir.

A veces, sólo a veces, se muestra esbelta, desvergonzada, exhibiendo su alegre colorido hasta entonces reservado a los demás compañeros de vida “inframusgo”

Sí, todo era por ti. He venido para llevarte conmigo, He venido a pasar frío, a que se me congelen los dedos y machacarme las rodillas; por tu porte y tu sombrero de trompeta, por tu sabor a mantequilla y tu intenso, muy intenso aroma a musgo y a pinocha. Aroma que seguramente, por intenso, consegirá que nunca seas la reina de las setas, porque para ser rey hay que ser mediocre y que los adormecidos paladares se sientan reconfortados ante la seguridad de lo discreto y reconocible. Tú, sin embargo, eres singular y generosa.

Ha llegado el momento de ponerse en cuclillas y frenar el tiempo. Otear los cercanos horizontes, y ellas se dejarán ver. Escondidas entre las hojas, abriéndose paso entre el musgo, solas o acompañadas.














A la vuelta, con las rodillas entumecidas, comprobamos que el sol está ganando la batalla. Las nieblas se refugian en el valle esperando la noche en que volverán a dominarlo todo.

Camino a casa, pensamos en lo acontecido; La pieza la hemos cobrado, una joya gastronómica llena nuestra cesta.





El esfuerzo ha sido grande y la Recompensa lo merecía, aunque no vuelva dentro de la cesta.