viernes, 22 de junio de 2007

Profilaxis I

A Dionisio Martín no le gusta su nombre, tampoco sus orejas, pero eso tiene arreglo. Piensa operarse, aunque de momento se conforma con llevar el pelo largo. Trabaja por su cuenta, conduce como un loco y su novia le ha dejado porque, dios sabe dónde, se contagió de gonorrea.

María cohabita con su abuela. Le resulta imposible subsistir con una pensión de trescientos euros y cuidando a una impedida, así que la chupa por veinte euros y folla por treinta, y vive bien, no te creas, y su chocho lo agradece. A veces le cuesta concentrarse en su trabajo oyendo el respirador eléctrico en la habitación de al lado, y esos suspiros que mas parecen estertores. Pero no palma, la abuela, digo. Eso sí, se queja mucho la hijaputa.

El marido de Teresa se ha vuelto gordo y halitoso, aunque no se ha dado cuenta, porque no ha sido de un día para otro. Ella no soporta su saliva, su sudor, sus pelos descolocados, aunque reconoce que antes sí. Hace años que no tienen una conversación interesante, bueno, una conversación. Ella es profesora de griego, aunque nunca le han dado por culo. Corrige los exámenes con guantes de látex y jamás se sienta en la taza de un váter, ni en su casa. El cierra la llave de paso al salir, comprueba siete veces si han desenchufado el brasero y no permite que dejen correr el agua mientras se cepillan los dientes. Ambos se perdonan.

No soporta a los gilipollas, lo siente pero no los soporta. Dionisio acude a los avisos temblando de rabia. —Ve, señora, se sube la palanquita y ya está, es que se había disparado el diferencial, no es ninguna avería. ¿Ahora qué coño le cobro yo? Anda, déjelo. Alguna vez le ha partido la cara a alguien, pero porque se han pasado de listos, él no cobra si no quiere, pero que no le obligue nadie. Eso sí, porque iba pasado, que algunas mañanas a las diez ya lleva cinco brandis, y porque no los soporta ¡qué coño! A los gilipollas.

A María le gustaría tener el sida, no sé, algo así. Pero no lo tiene, seguro que no. Si lo tuviera dejaría de cobrar y contagiaría a todo el mundo, y podría escribir sobre el vapor de algún espejo “Bienvenido al sida” o algo parecido. Y con suerte saldría en los periódicos, o podrían escribirle un libro, o hacer una película, eso sí que estaría bien. Pero como no lo tiene se conforma, y hace putadas menos refinadas. Por eso ha llamado a un electricista de urgencias. Ella sabe que han cortado la luz por falta de pago, pero ha llamado a un electricista de urgencias. Y en vez de pagarle piensa cobrar ella, y el afortunado se va a ir bien follado y con la cartera vacía, eso sí sin contagiar, satisfecho y saludable, desgraciadamente.

El marido de Teresa es temido en la comunidad. Ante su insistencia han tenido que instalar un pararrayos, clausurar la piscina, codificar las llaves del garaje, y pagar las facturas del taller mecánico en que reparan su Seat León rojo, que ha sido víctima de innumerables actos vandálicos. Hoy antes de salir ha dicho —Teresa, llama a un electricista. Todo porque ayer leyó la carta en que la compañía eléctrica recomienda instalar un protector contra sobretensiones, que por lo visto eso es muy seguro.

Otra gilipollas. —Pero no ve, señorita que esto está bien, va a ser de fuera. Dionisio comprueba que en el portal hay luz, así que baja al cuarto de contadores. —Señorita, que le han precintado el contador, que eso es porque no paga, ¿ahora quién me abona a mí el desplazamiento? María ha empezado a besarle. Dionisio le arranca el vestido y le muerde los pezones, pero no se la mete, que él no es tan cabrón, que el no va por ahí contagiando de gonorrea, así que se conforma con una paja, y en agradecimiento le chupa el chocho, bien chupado, pasando la lengua por sus ingles depiladas, abrazando con su labio superior el clítoris y deslizando su lengua por debajo, metiéndola dentro y haciendo suaves círculos que la hacen gritar de placer.

Dionisio Martín, electricista. Teresa le ha llamado por su nombre. Bonito nombre, como el dios griego. Lo imagina alto y joven, muy moreno. Seguro que el mono entreabierto deja ver un torso modelado y sin vello. Un Dionysos hermoso y lascivo, que la haga olvidar tanta profilaxis. De improviso piensa en sus manos trabajadoras y se dirige al lavadero para comprobar si queda lejía.

—¿Que son veinte euros? ¡Tú estás loca! ¡si te acabo de comer el coño! Dionisio ha tenido que partirle la cara, mira que a él no le gusta pegar a las mujeres, que a su novia en diez años no le habrá pegado más de doce o quince veces, y siempre se lo merecía. Pero es que vaya tía gilipollas, que no lo soporta, que no, que no puede con los gilipollas, que ha tenido que coger el coche y salir a toda hostia, que es que cuando se enciende no sabe parar, que si no se va es capaz de matarla, a la zorra esa, sí, que le olía el chocho a bacalao.

A María le duele la cabeza. Ha despertado con un poco de sangre, varios moratones y un cosquilleo entre las piernas que le hace dudar si llamarlo de nuevo. Pero acaba de recordar que hace ya mucho que no escucha el respirador, acaba de darse cuenta que debía haber pagado las facturas, que ese magnífico bolso podía haber esperado en la tienda unos días más. No sale ni un solitario quejido de la habitación de la abuela.

Dionisio acelera aún más fuerte. Se ha salido un poco en la curva, si él lo reconoce, pero no va a tener la culpa de que la gente no tenga ni puta idea de conducir. Vale que ha invadido el carril contrario, pero no era necesario que el inútil del León rojo diera ese volantazo. Si se ha salido de la carretera es su problema. La verdad es que ha dado alguna vuelta de campana, pero que le den porculo, que además de inútil tenía pinta de gordo halitoso. Además él no puede parar, que tiene que instalar todavía un protector contra sobretensiones y ya mismo es la hora de irse a comer.

Teresa abre la puerta y sonríe más ampliamente que de costumbre. No se siente defraudada, su Dionysos es bello, como en sus sueños. Le observa hacer su trabajo, seguro, preciso, se excita observándolo. Sabe que no se atreverá a intentar seducirle, sabe que no soportaría el contacto de unas manos sucias, de un sudor ajeno, de una verga joven y dura. Dionisio tose, tiene en la garganta un pelo, negro y rizado, de coño satisfecho. Teresa le ofrece un vaso de agua, que él agradece con un movimiento de cabeza.

Dionisio ha cobrado mucho más de lo que debiera, y ha salido de la casa sin intentar follarse a esa madurita tan atractiva. Es raro en él, pero es que la gilipollas morosa aún le tiene el cuerpo malo, y encima lo del coche, que como alguien haya anotado su matrícula… Y ojo que no es por lo de la gonorrea, que no, que él no contagia a una muerta de hambre, pero a una señora como esa, y que encima está buena, a esa la contagiaba él con gusto, pero que no, que no tiene cuerpo.

Teresa ha empezado a limpiar cada huella, a desinfectar cada rastro de la extraña presencia en su casa. Ha recogido el vaso de agua y no lo ha podido evitar, ha buscado la impresión de unos labios en el borde del cristal, ha puesto encima los suyos y ha inclinado el vaso, bebiendo el dedo de agua con restos de su saliva. Ha sentido un cosquilleo entre las piernas que le hace dudar si llamar a su marido.

3 comentarios:

Pedantín dijo...

Áhora queda claro quién es el escritor de verdad... Lástima que sea tan perezoso y apresurado, el chico! Multiplicidad de personajes, historias afiladas que se van entrelazando en apenas un par de páginas (parecía el guión de Crash pero ambientado en Carabanchel). Esbozo muy conseguido de los personajes, sobre todo de alguno... Que qué hay de autobiográfico? Casi nada, supongo. Sólo el regusto del Volti por la desgarradora descripción de la cotidianidad sexual más asquerosamente real y transgresora.
Relato corto, muy bueno. No puedo decir delicioso, sí que lo creo inquietante, profundamente auténtico, urbano, directo...
Me gusta. Esto es el Volti en estado puro, es su "tartufo bianco". Disfrutenlo.

Anónimo dijo...

Esto es lo que haces cuando sales a cobrar facturas? Espero que no se entere la Tata porque entonces...

Por cierto, Dionisio Martín no es electricista, fue médico de mi pueblo, socialista de los del pelotazo y que creo que anda por Torredonjimeno, como lea la historia lo mismo te pide derechos de imagen.

Un saludito y como dice Pedantín, a ver si escribes más que saldremos ganando todos, hasta los de tu taller que tendrán que aguantarte menos.

Volti dijo...

Me apena reconocer que borrando comentarios spam me he cepillado por error un comentario elogioso de Porrito, además de uno mio de agradecimiento. C'est la vie.