lunes, 16 de junio de 2008

Nueva aventura de los Titis


Ayer a las once de la noche Volti y su señora llegaron a casa reventados después de dos noches casi sin dormir y cuatrocientos cincuenta kilómetros del tirón. Ella entra al dormitorio, se desnuda y se mete en la ducha. Yo cruzo a casa de mis padres a dar un beso a mi sobrino. Vuelvo y la encuentro bajando las escaleras:
—Voy a la ducha, cariño —y subo a desvestirme. Me dirijo al dormitorio, bajo el pomo y la puerta no se abre:
—¡Tata! ¿tú has entrado al dormitorio?
—Sí, antes de ducharme.
—Pues la puerta está cerrada por dentro.
—¡No me digas eso! ¿A ver si había alguien cuando hemos llegado?
—¡No jodas! —exclamo asustado.
Salimos fuera y empezamos a inspeccionar. Todo parece correcto, ninguna puerta forzada, ningún cristal roto, pero empezamos a dudar:
—¿Tú cerraste la ventana del baño de abajo?
—No me acuerdo, pero está cerrada.
—¿Y si estaba abierta, han entrado y la han cerrado después?
—¡Joder, qué retorcido!
—¿Pusiste la alarma?
—No, seguro que no ¿no recuerdas la vez que nos tuvieron que llamar a las dos de la mañana porque no paraba de sonar y luego no era nada? Además no la hemos quitado al entrar, luego no estaba puesta.
—¡Ay, que hay alguien arriba!
—Seguro que cuando has entrado al dormitorio se ha escondido en el vestidor y al salirte se ha encerrado porque me ha oido abajo.
Nos miramos viendo que es posible:
—¡Pues yo subo!
—¿Estás loco? ¡llama a la policía!
Subo y empiezo a pelearme con la puerta, con más miedo que convicción.
—¡Baja, por favor!
Y bajo sin que tenga que insistirme.
—Mira, llamo a mi padre y mi hermano y entramos los tres.
—Vale.
Les explico el caso a voces y ahí tenéis a la familia de Volti en plan Equipo A, dispuestos a enfrentarse con el intruso.
—¡Anda ya! —dice mi padre— Será que se ha bloqueado el pestillo.
—¿Solo?
—A veces pasa.
Le enseño la condena de la puerta del baño, que es igual a la del dormitorio:
—Mira está separada del pomo, hay que darle media vuelta y entra un resbalón de dos centímetros de largo y el mismo grosor.
—¡Jooooder! —exclama ahora asustado.
Pienso en armarlos con palos o cuchillos, pero me parece que el pánico no ayudaría en esa situación, así que empiezo a golpear la puerta intentando que ceda. No cede. Enciendo la luz interior, pues disponemos de un interruptor fuera, y miro por debajo. No se ven sombras, aunque a mí me da la impresión de que cuando empujo alguien responde desde dentro con el mismo movimiento. No digo nada. Tata nos observa, desde el descanso de la escalera:
—¿Has apagado la luz? —me pregunta.
—No.
Me agacho de nuevo y veo que efectivamente la luz está apagada:
—¡Coñooo! -exclamo- ¡Han apagado desde dentro!
Con un acto reflejo nos despegamos de la puerta:
—¡Llama a la policía! —dice mi padre— Aunque seguro que no pasa nada —añade queriendo aparentar tranquilidad, pero el exagerado volumen de su primera frase lo contradice.
—¿Y si no pasa nada por qué gritas, teniéndonos tan cerca? Lo haces para que te oigan desde dentro ¿Y sin no pasa nada por qué tengo que llamar a la policía?
—Para que os quedéis tranquilos. Se habrá fundido la luz y punto.
—Papá, el interruptor enciende DOS apliques ¿los DOS se han fundido a la vez?
No hace falta decir más, salimos corriendo y cerramos la casa.
—¿Policía, dígame?
Les explico el caso, y al decir que creemos que hay alguien dentro un voz joven me responde:
—Huy, huy, huy, mejor llama a la Guardia Civil.
—¡No me jodas! —respondo nervioso— Ahora vais a marearme ¡que hay alguien dentro!
—Es que el Puente Tablas corresponde a la Guardia Civil. Lo siento, llame (ahora me trata de usted) al 062, suerte, pi, pi, pi —me cuelga.
—¿Guardia Civil, dígame?
Vuelvo a explicar, y al llegar al final añado:
—Y no me diga que llame a la Policía que ellos me han dicho que les llame a ustedes.
—No se preocupe, enviamos una patrulla, que ustedes nos pagan para que les sirvamos, y si no es nada pues mejor, se dan un paseo y todos tan contentos.
Mi padre y mi hermano se van:
—Seguro que tardan una hora.
Yo entro a por tabaco —Ten cuidado —me dice Tata. Cojo el paquete y ahora que nadie me ve deslizo un martillo al bolsillo. Vuelvo a cerrar y el Equipo A viene de vuelta (seguro que mi madre les echó buena bronca). Observo que mi hermano cambió las chanclas por deportivas. Por si hay que correr, pienso.
—Buenas noches —saludan desde el coche patrulla, no han tardado más de cinco minutos —¿Ya está todo solucionado? —pregunta el copiloto, un cincuentón atlético llamado Mario (por cierto han entrado a la calle por dirección prohibida, con urgencia pero sin ruido).
—Verá, es que no sabemos si realmente pasa algo, pero preferimos comprobarlo con ustedes, por si acaso —y vuelvo a explicarlo todo.
—Vamos a ver —se baja del coche y lo acompaña un treintañero gordete- ¿dónde está la habitación?
—Arriba.
—Subamos ¿tiene un clip?
Coño, este tío es Macgiver, pienso —Pues no, pero creo que le serviría de poco. El compañero se queda abajo, por si el hipotético ladrón decide saltar por la ventana. Tata me dice bajito:
—Yo no los veo preparados.
Mario hace un reconocimiento de la planta de arriba, y cuando le enseño la condena del baño y le digo que es igual a la del dormitorio, reacciona como mi padre:
—¡Jooooder! ¡Está dentro!
Baja y volvemos a cerrar la casa:
—Una escalera —solicita.
Sube a la ventana con su linterna, pero las cortinas no le dejan ver nada. Baja y me pregunta:
—¿Qué prefieres que rompamos la puerta o la ventana?
—La puerta, yo no duermo con la ventana rota.
—Vamos a hacer más daño, te lo advierto.
—Podemos llamar a los bomberos —dice el gordete— ellos tienen cerrajeros, pero te cobran el traslado. Llama al seguro a ver si lo cubre.
Llamo. Lo cubre si hay alguien dentro, si no pues va a ser que no. Yo ya estoy harto, así que les digo:
—Son las doce de la noche y estoy reventado, rompemos lo que haga falta, pero yo no llamo a nadie más.
—La ventana es mejor —dice Mario.
—Está muy alta —respondo— ¿y si te empujan?
—Pues nos liamos a palos —responde.
—Que no, por la puerta —decido convencido.
—Habla con ellos a ver si se entregan —interviene el gordete, usando el plural para mayor desazón.
Acompaño arriba al cincuentón atlético, mientras su compañero hace guardia en el jardín junto a mi familia.
—¡Le habla la Guardia Civil! ¡Salga ahora mismo! —exclama golpeando con fuerza la puerta— Si lo hace no le pasará nada.
Para, acerca la oreja a la puerta, y reanuda los golpes y la cantinela.
—¡Entréguese! —grita ya más nervioso.
—Vamos a echarla abajo —le digo exasperado.
El agente golpea con fuerza, pero cortándose, intentando no hacer mucho destrozo, así que lo aparto y me lío a patadas con la puerta, ya sin miramientos. No cede.
—Se mueve la pared entera —me dice.
—Es que es un tabique de pladur —le aclaro.
—Pues vas a tirarlo entero, ¡me cago en todo lo que se menea! Tráeme un destornillador.
Y ahí es donde el agente Mario, cincuentón y atlético, sacó al Macgiver que llevaba dentro. El tío desmonta la cerradura, gira, aprieta, empuja, retuerce, con una facilidad asombrosa, que pienso yo que con el clip hubiera podido, y sin un solo resuello, que le faltaba gritar: ¡Te vas a cagar quinqui de mierda! Y cede, la puerta cede con un triste 'clic' y yo esperando que saque la pistola y espose al malo. Pero no, don Mario (ahora de usted) entra tranquilo, como el gran Chuck Norris, dispuesto a enfrentarse al enemigo a puño desnudo, y...
Nada, nadie más bien. El pomo se había partido, pero el muelle funcionaba, de manera que aunque lo girases el resbalón quedaba dentro. Pero no creáis que se molestaron, al contrario, yo muerto de verguenza, y ellos: "habéis hecho muy bien, con estas cosas no hay que arriesgarse, estamos para servirles, para eso nos pagáis el sueldo, cualquier problemilla por pequeño que sea usáis el 062,..." Y encima los tíos empeñados en montar de nuevo el picaporte, en guardar la escalera,..., que creo yo que si llegan a llevar las botas embarradas encima nos friegan la casa.
Total que vivan las casualidades y los miedos que nos dan para una historia, y un ¡viva la guardia civil! que nunca pensé que pronunciaría, pero no va a ser todo despotricar porque nos ponen el globo. Cuando tienes miedo y llegan dos agentes 'poco preparados' en menos de cinco minutos y te resuelven la papeleta sin gastos ni destrozos hay que ser agradecido. Así que nos dormimos a las dos de la mañana, tranquilos, un poco avergonzados, y muertos de risa. Una lástima que mañana cuando me cruce con una patrulla vuelvan a darme el mismo mal rollo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto sí que es una historia, y real!!! Aprende Pano!

Volti dijo...

Por cierto, con las prisas de la redacción se me olvidó aclarar lo de la luz: ni idea de lo que pasó, pero supongo que en mi refriega con la puerta debí rozar sin querer el interruptor y apagarla yo mismo. Cosas de los nervios, supongo (Tata, más dada a lo paranormal, no diría lo mismo).

Porrito dijo...

Diosmío, diosmío, diosmío.
¡No puedo creérmelo! ¿cuantas películas de miedo habéis visto vosotros? Creo que tanto cacique os está eliminando la poca cordura que tuviériais.
JAJAJA ¿y qué me decis de Forrest Gump? ¡ay, lo que tardó en ponerse las zapatillas! ¡Eso sí! De tirar la puerta abajo, ni de desmontarla no, ni hablar ¡que lo haga la Benemérita!

En fin, que no hay nada como un fin de semana en la España profunda para volver a las meigas....¿eh?

Anónimo dijo...

Sin comentarios

Anónimo dijo...

Estáis chalaos.

Pano dijo...

Acabo de ver el post.
El relato me ha tenido intrigado hasta el final.
¡Pa descojonarse!
Muy bueno.

Por cierto, anónimo tiene una fijación conmigo, ¿no?

Volti dijo...

Creo que si, Pano, se están cebando contigo desde el anonimato. Te aconsejo que lo invites a visitar tus recos: http://jazzyotrasfinashierbas.blogspot.com/ a ver si así cambia de opinión. Ahora que caigo, ya que tienes claves podías poner un enlace, como blog amigo o como lo que te de la gana.

Por cierto, esta historia no es uno de mis relatos, es TOTALMENTE VERÍDICA, eso si, con alguna licencia narrativa para embellecer el conjunto.