(Por favor, imprescindible leer antes la primera parte; see below)
A mi madre nunca le gustó que me juntara con Garrancho, tampoco con Bermúdez. La verdad es que no le hacía ni pizca de gracia que el amarillento y bacheado campo de la Federación estuviera en el peligrosísimo polígono del Valle, allá donde los moteros del Telepizza no se quitan el casco (de esos cerrados, a lo Sito Pons) ni al subir el pedido a casa, no sea que les abran la cabeza por un puñado de cambios...
Tampoco le gustaba que jugara al fútbol, ni a las chapas. Qué guarrería estar tirado, empujando platetes con la cara de Pericos Delgados o Marinos Lejarretas...! Todo aquello que tenía que ver con la calle, con ese mundo exterior lleno de rodilleras sucias y horribles palabrotas. Ni qué decir tiene que tampoco le gustaba el novísimo Amstrad de cinta del Garra, ni nuestro magnífico descubrimiento, años más tarde: beberse un litro de Alcázar lo más rápido posible antes de disparar hormonas en el Kronen...
Y claro, lo cierto es que casi todo lo que no le gustaba a mi madre a mi me encantaba... Sobre todo lo de ver cadáveres. Todo empezó como un juego, cuando el Garra pudo ver una de las interesantes obras de Enriquito el Malo. Luego, poco a poco, llegó a ser una obsesión. El tiempo o las circunstancias que tuvieron que acumularse de uno a otro momento, siguen siendo un misterio para mí. Lo que sí conozco y nunca olvidaré es el cosquilleo en el estómago, los músculos en tensión y ese brillo en los ojos de mis compañeros, cada vez que salíamos a cazar muertos...
Tal vez fuera porque Bermúdez consiguió recuperar las J’Hayber de Garrancho, salpicaditas de sangre negra, como botín y trofeo de un verdadero espectáculo. Es curioso cómo puede cambiar de tono la sangre, al coagularse. De un torrente rojo cereza intenso, seductor, como de barra de labios, pasa a ser pegotes de un marrón chocolate oscuro, repugnante, como de mierda. Deberíais fijaros, si tenéis ocasión. Para nosotros fue el comienzo de un desafío excitante, mirar más allá de la muerte, o quizás a ella misma, en los ojos de la víctima, en las pupilas del suicida.
A buen seguro que el Valle podía darnos más oportunidades. Mientras tanto, a nosotros ya no nos quedaban más padres o hermanos con expectativas de auto-inmolación, pero el Pelijas (el encargado de los futbolines Yay-yán) afirmaba tener unos tíos en Tarifa, ya mayores y enfermos de Alzheimer, y que de vez en cuando oía cuchichear a su abuela y a su madre acerca de las palizas que él le pegaba a ella y viceversa. Luego, claro está, no se acordaban de nada y así, vuelta empezar. El Pelijas decía que ya era formidable verlos cogidos del brazo por la calle, moratones por toda la cara y el otro brazo en cabestrillo, apoyándose el uno en el otro, en un extraño equilibrio. Dice que cualquier día podría cometerse el doble homicidio. Y que además hacía poco que la pareja había descubierto las posibilidades de las tijeras del costurero y el cuchillo del jamón en sus jueguecitos conyugales. Qué maravilla...! Destilábamos jugos en la boca sólo de pensarlo, Bermúdez casi se vuelve a mear encima...
Qué buen tío, Bermúdez...! No había tenido mucha suerte, no. Tampoco el Garra. Yo, al menos, no he conocido a mi padre, lo cual es una ventaja a la hora de presenciar un suicidio, digo, que los sesos desparramados junto a una mirada perdida no sean los de tu padre. No es por nada, pero el sentimiento cambia. Por eso no estaba seguro si preguntarle acerca de su hermano, que al fin y al cabo estaba mucho más cerca de la muerte que ninguno de nosotros. Por lo menos pudimos convencerle, a cambio de unas valiosísima colección de pegatinas de Bollycao , para que nos enseñara el nuevo escondite de los colegas de su hermano, en un descampado detrás de la fuente de la Magdalena.
Qué empinadas son aquellas cuestas, cuando el olor de la muerte te persigue en cada esquina! Aún recuerdo al Garrancho subiendo de un salto a la fuente de Los Caños!
Fue extraño. Nos dimos cuenta que los colgaos no están ni vivos ni muertos. “Están en el limbo, dónde nada les alcanza y donde pueden tener lo que quieran”, afirmaba, poéticamente, Bermúdez, quizás instruido en las inconexas memorias relatadas por su hermano. “Acaso juegan con la muerte”, pensaba yo, “y a veces tiemblan y se contorsionan porque la han mirado a los ojos, directamente....” Y entonces nos quedábamos todos absortos, mirando cada gesto, cada mirada, cada respiración de cada uno de aquellos escuálidos infelices en vaqueros, apoltronados sobre la miseria del caballo.
Pero Garrancho no iba a conformarse, no. Quizás ser el primero, el fundador, le hiciese tomarse todo esto tan en serio. “A lo mejor se le pasa”, nos decíamos Bermúdez y yo sin mirarnos, un día que Garrancho se quedó en casa, con diarrea. Charlábamos sentados junto a la fuente de los Patos, en la Victoria. Mirábamos como un gitanillo de apenas séis o siete años trataba de retorcerle el cuello a una de las aves, más grande que él, encaramándose sobre ésta. Sabíamos que no. El Garra no iba a parar, no era una cuestión de cabezonería, ni una apuesta macabra. Para el Garra, para todos nosotros, se había convertido en una necesidad. Sigo sin explicarme cómo pudimos hacerlo, qué nos llevó a ir tan lejos. Entonces pensaba, igual que ahora, que no se trataba de una chiquillada.... Era algo serio, una experiencia real, mucho más qué meterse mierda por las venas, Mucho más grande, y excitante, mucho mejor.
La hoguera de la plaza de los Huérfanos era mi preferida. Después de ir casa por casa pidiendo retales y sillas viejas, y de apilarlas convenientemente en la pira, me sentaba en primera fila. Allí me quedaba embobado, sin pestañear ante el chisporroteo de palés y ramas de olivo, mientras de lejos escuchaba risas y melenchones, como entre sueños... Después llegaban el Garra y Bermúdez, con una bota de vino y una bolsa de rosetas, y se ponían a correr detrás de las gemelas, hasta que el padre de estas les cogía de las orejas y les corría entonces él a bastonazos.
Sara, la hija de Ana Mari, estaba preciosa con aquel vestido estampado. Le ceñía bastante el pecho, bastante desarrollado para su edad, y tras superar el giro de su pequeña cintura se abría en pliegues con un divertido vuelo. Yo iba a veces a su casa, con Garrancho, a hacerle a su madre algún recado, comprar lejía o jabón del lagarto. Incluso después de todo aquello Sara seguía guapísima, a pesar de..., bueno, de todo. Hubo menos sangre de lo esperado, apenas se notaba junto a las rosas estampadas... Bermúdez no permitió que el Garra se cebara con ella. “Es suficiente” dijo, – inexpresivo, y aprovechó para cerrarle los ojos, que parecían salírsele de las órbitas.
Aprovechamos una tarde templada de marzo, a la salida de la escuela. Invitamos a Sara, como otras tardes, a jugar a bote en la almazara abandonada. Ella empezó buscando, y nosotros ya sabíamos lo que había que hacer para llamar a la muerte. Un empujón preciso por un hueco inesperado. Podía haber sido un accidente, siempre jugábamos allí, todos lo sabían. Nos apresuramos a bajar por la escalera en ruinas. Tres pisos, más que suficientes... Una nube de moscas hizo que el Garra se detuviera, con cara de asco, petrificado... Más allá yacía Sara, flanqueada por la muerte, el cuello dislocado y los ojos muy abiertos, quizás buscando aún a sus amigos, entre las sombras...
6 comentarios:
¡OLE, OLE Y OLE!
¿Qué pasa ahora, Porrito?
¿Ha sido una lástima?
Así se callan bocas, Pedantín, con segundas partes que bienen rodando y te arrollan. Con facilidad, con un talento tan grande y a la vez tan modesto, que hace parecer que casi no te esforzaste. Cuando es tan difícil continuar algo que ha empezado otro, vas tú y lo mejoras. No como otros que se esconden ante un reto (si, Porrito, Profilaxis III, ¡ya!).
Me encanta, con tantos guiños a nuestros lugares comunes, con alusiones que enlazan con la parte anterior (J´hayber, moscas,...), con párrafos geniales: me quedo con éste, por ejemplo "Y entonces nos quedábamos todos absortos, mirando cada gesto, cada mirada, cada respiración de cada uno de aquellos escuálidos infelices en vaqueros, apoltronados sobre la miseria del caballo" En vaqueros y sobre el caballo, metafórico, genial.
El mejor comentario lo ha hecho la Tata: "Uf! me ha sobrecogido"
Enhorabuena, Pedantín.
Qué voy a mejorar...! Lo que pasa es que después de leer esta TU HISTORIA, no dejaba de pensar que estaba ahí, que estuve, de alguna forma, allí, y que me hubiera gustado que tú estuvieras ahí también, amigo mío, igual que ahora! Por eso no pude evitar seguir...
No me hubiera perdido un pasado así por nada del mundo!
Pues sigamos compartiendo pasados futuros, e historias. Y de paso a ver si Porrito se anima. La próxima debes empezarla tú, porque si consideras que la autoría pertenece al comienzo ya te va tocando ser autor. Aunque yo no creo que sea así, me gusta mas la coautoría (bonita y roja palabra).
Por cierto, perdón por el "bienen" del primer comentario, que hace daño a la vista. Habrá que achacarlo, como dice un sabio amigo mio, a la incómoda vecindad de dos letras en el teclado.
Pues entre bonitas y rojas palabras aquí que está el Porrito tocándose, qué digo tocando, ¡amasándose los huevos! Porque no tiene otra cosa que hacer que veros chupándoos las pollas y utilizándome de saco: Volti, hazme el favor de entender que lo de "lástima que lo tenga que terminar Pedantín" no es una crítica a él sino a tanta inconclusión.
Pero, olvidándonos de las puyas, sinceramente creo que en este caso la continuación ha sido impresionante. Pedantín, no cedas autoría al metije ese, que te has hecho con la historia: Volti te tocó la fibra, te puso en situación, y tú le has dado contenido. Con suma facilidad nos has llevado a todos al trágico desenlace de una osada curiosidad adolescente, como el que no quiere la cosa... hemos pasado de observar morbosamente a matar
Sabéis? En un pasado reinventado, en una vuelta a nunca fue, somos nosotros quienes estuvimos allí. ¿no es increíble? Lo hicimos nosotros...
[...]
Porrito, para cuando PROFILAXIS III? Queremos tu pluma! Orgullo GAY!
¡Joder! No me había dado cuenta de que las dos partes eran obra de dos plumas distintas...
El relato me ha cautivado hasta el punto de leerlo del tirón.
Porrito, hazme coautor ya, que quiero escribir de música.
Publicar un comentario