lunes, 12 de mayo de 2008

A cada cerdo...


—Se me ha puesto más tiesa que la bufanda de Facundo —atinó a decir al verlas aparecer sobre la cuesta empedrada. Un gran alboroto recorrió el bar del Diablo, desde el ventanal en que se encontraba hasta la chimenea del fondo. Sonoras carcajadas y alguna tos convulsa, de mosto atravesado en el gaznate, acompañaron a varios hombres a su lado. —Benditos sudores de noviembre —dijo el Bobas con esa mirada suya turbia y venosa taladrando el cristal que comenzaba a empañarse levemente por efecto de sus alientos a vino joven, recién pisado. El grupo de mujeres entró en el Paseo, llevaban las faldas remangadas y algunas habían desabotonado sus blusas hasta el punto exacto en el que podía adivinarse el nacimiento de sus senos. Al pasar frente a ellos bajaron, coquetas, la mirada, ocultando al mismo tiempo sus escotes con manos trabajadoras. —¡Borrega! —gritó Frascuelo al tiempo que abría la puerta—, ¡Hasta los andares te comía! —añadió sin importarle que su hermana formara parte del grupo. Una bocanada de aire helado hizo temblar la lumbre, y cada cual volvió a su vaso como si no hubiera visto los sabañones o las narices enrojecidas y moqueantes.
—Ésta ya no apaña más castañas —le había dicho Rosario un día como hoy, hace un año. Poco después hizo las maletas. En realidad ya solo la extraña en momentos así, cuando ve una buena hembra. Para aliviarse tiene el Cayoco, aunque allí solo hay extranjeras famélicas que saben a potingue. Rosario olía a campo y le dejaba un regusto salado, de potranca brava y sudorosa. No quiere darle más vueltas, ella no regresará para la matanza y el guarro pesa ya veinte arrobas, así que tendrá que avisar a Facundo. Si no lo hubiera capado para el engorde lo dejaba de verraco. Le hace compañía y limpiar la cochiquera ocupa algunas horas de domingo y se ahorra varios mostos. Pero no, ya ha comprometido los jamones para el dueño de las papas, y lo que sobre se lo ha apalabrado al Diablo, que total es mucho guarro para él solo. Si las castañas no estuvieran a dos duros se desdecía, pero le hace falta vender, por mucho que el guarro lo mire y parezca que le entiende.
—Si escucha lo de la bufanda te saca las tripas —comentó alguien, rompiendo su ensimismamiento.
—Aquí hay un hombre, esperando —respondió desafiante.
El día en que faltó su padre Facundo movió la linde, dejando en su finca lo mejor del castañar, los árboles más grandes, pegados al arroyo. Después de darle tierra y rezar un padrenuestro Jacinto subió a devolver cada mojón a su lugar, decidido a proteger sus propiedades, a pesar de que el dolor y la juventud le atenazaban. Facundo se presentó con el alcalde y un Civil pagado del destacamento de Aracena. —Jacintín, Jacintín —le dijo— ya estás poniendo eso en su sitio. Y le metió dos hostias. Quince años después aún le llama Jacintín, y Cebón, por sus kilos, cuando no está delante. Jacinto remete instintivamente los bajos de su camisa y prende un cigarrillo —Otro mosto, Diablo —exige mientras observa sus uñas renegridas por el trabajo de la mañana.
Facundo se ajusta bien la bufanda antes de abrir. Nunca sale sin ella y solo la cambia, en verano, por un ajado pañuelo. Ha pinchado en la yugular a tantos marranos que necesita protegerse el cuello. Es su única secuela. Para dormir lo descubre, pero como no soporta su desnudez lo envuelve con una mano, como si estuviera a punto de estrangularse. Quiere dejarlo todo organizado, ya es San Martín, así que quita la tranca y sale. El viento frío le corta la cara, pero no sube la bufanda, tiene el rostro endurecido por seis mil jornadas de intemperie. Busca la acera soleada y acompañado de un tintineo metálico en la talega dirige sus pasos hacia el bar del Diablo.
—A la paz de Dios —saluda— ¿Quién va a ser el primero? —pregunta mostrando el gancho y los cuchillos recién afilados.
—Éste —se adelanta decidido Jacinto.
—¡Hombre, Jacintín! ¿Qué ha pasado para que todo un hombre necesite este año matarife? —pregunta Facundo— ¡Ah! Que se te fue la Rosario, no me acordaba ¿No quieres que se te cuaje la morcilla, no? —añade con sorna.
—Para, que me caliento —responde Jacinto acariciando la navaja de su bolsillo— ¿Piensas venir?
—Mañana a las siete, y a ti te cuesta el doble. Lo tomas o lo dejas.
Jacinto aprieta los puños para que no se note el temblor de sus manos y mira al tabernero buscando su aprobación. Diablo asiente, mostrando su intención de pagar bien la chacina sobrante.
—Lo tomo —responde.
Desde la puerta alcanza a escuchar cómo Facundo organiza los turnos:
—Vale, mañana a casa del Capón a matar a un guarro cebón —le oye decir—, ¡Ah, no, que es al contrario! —añade divertido— que no quiero yo decir que se le fuera la mujer por falta de hombre ¿A quién apunto para pasado mañana?
No alcanza a escuchar la respuesta, sólo las carcajadas que siguen resonando en sus oídos cuando entra en la pocilga. Pensaba retirar los purines y reservar el estiércol para las papas, pero se le acabaron las ganas. Se sienta sobre la mierda y enciende otro cigarrillo, chupando antes la punta para darle humedad, sin tomar la precaución de sacudirse primero las manos.
—Mañana al infierno —le dice al guarro, que se tumba a su lado como un perro faldero.
La noche comienza a filtrarse entre los tablones mientras Jacinto, absorto y con la mano en la entrepierna, rememora cada noche junto a Rosario. Quizá unos minutos exhaustos cada diez días, sexo deslavazado, veloz, enfrentando la propia desesperación a la ajena desidia. Revive su marcha mientras aprieta inconscientemente sus testículos y recuerda el corte preciso, casi indoloro, por el que extrajo los del marrano cuando aún era lechón. El frío le atenaza, pero la cadencia del ronquido animal del condenado le sume en un sopor invencible.
El canto de un gallo vecino desvela a Jacinto un amanecer brumoso. El cuerpo húmedo y dolorido reacciona al contacto del agua del abrevadero. Mientras retira los restos de excrementos adheridos a la piel se palpa buscando una tara, algún miembro del cuerpo mordido por el marrano. De niño oyó contar cómo al patrón de su abuelo lo habían devorado los cerdos tras dormirse borracho en la pocilga. No encuentra nada, sorprendido de su docilidad le rasca la carrillera y sale a buscar la botella de anís. Antes de que llegue el matarife ya la ha mediado.
Facundo entra bravo, ensuciando el piso con sus botas embarradas. No tienen nada que decirse, así que terminan la botella en silencio, observándose con recelo. Aún no ha abierto el día cuando se levanta y le dice:
—A ver ese guarro.
Entran en la cochiquera y el marrano se acerca confiado a Jacinto.
—Bien cebado, como el amo —dice desafiante y patea al animal en el morro por el gusto de vislumbrar cuán fuerte será capaz de gruñir cuando le aplique el gancho a la papada.
— ¡Prepara de una puta vez! —exclama furioso Jacinto.
El matarife le da la espalda y lentamente coloca sobre la mesa el gancho y los cuchillos. Se ajusta la bufanda, confiado, mientras valora si todo está en su lugar: herramienta, balde, soplete, picadora,…
Jacinto también ha matado decenas de veces, sabe cómo debe proceder. Ha calculado la distancia y pensado cada movimiento para ser eficaz, con objeto de agarrarlo a la primera y evitar la lucha. Con un giro de muñeca clava el gancho y tira. No chilla mucho, debe haber pinchado bajo, sólo un gruñido sordo, ahogado. Ante la falta de ayuda lo hace caer sin subirlo a la mesa. Con el brazo libre arrastra el balde a su lado, lo pone bajo el cuello y alcanza el cuchillo. Antes de apuntar a la yugular observa sus ojos rendidos, el inútil pataleo, el silencioso reproche de a quien la muerte cogió desprevenido. Apuñala certero y mientras, el puño en el balde, remueve la sangre que cae para evitar que cuaje, observa al guarro hocicando satisfecho sobre la bufanda ensangrentada de Facundo. Ambos se miran estremecidos, pensando, tal vez, que va a ser poca morcilla para veinte arrobas de marrano.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Que pasa? que nadie va a hacer un comentario?

Pedantín dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pedantín dijo...

Lo cierto es Volti, que tu pluma me sorprende cada día más. Del escenario netamente urbano de "Sol" o "Profilaxis" al relato costumbrista y rural de "A cada cerdo", eres capaz de tocar todos los "palos", manteniendo la frescura de tu prosa, en una Aracena reinventada, o quizás una pequeña aldea de la fría "estepa" castellana...
Magnífico el cuadro que nos regalas, al más puro estilo costumbrista decimonónico, aunque dotado siempre de tus personalísimos guiños sea en el contenido de la historia, sea en la propia prosa ora ágil y directa, ora aterciopelada y evocadora...
Resulta especialmente notable la facilidad para que en pocas líneas resulte del todo creíble la naturaleza de los personajes, desgarradoramente auténtica, como su entorno, el paisaje y lenguaje que utilizan... Escribir sobre la cotidianeidad y resultar verosímil es relativamente sencillo... Trasladarse a este pequeño pueblo y a las mentes de sus gentes no lo es tanto, creedme...

Qué más decir Volti, quizás una cosa...

Empiezo a creer que tienes madera, auténtica... de escritor.

Felicidades.

Porrito dijo...

Muy bien. Mucho.

Estoy un poco desconcertado por el final, ya me lo habías anticipado, y creo que sí se nota la precipitación. Pero también creo que lo mejor es que lo hayas terminado para que así podamos darnos el gustazo de leerlo. Que no sirva esto de acicate para seguir con tanta inconclusión porque nos privarías de momentos tan deliciosos como el que acabo de pasar leyendo A cada cerdo.
Coincido con Pedantín en la brillantez del relato. Me ha sabido a poco. Me habría gustado seguir viviendo en las gentes de ese pueblo otras mil historias cotidianas.
Has conseguido que la redacción esté llena de expresión. Con facilidad, sin revueltas ni artificios que distraigan del mensaje, que te saquen del pueblo o del corazón de los protagonistas.
Igual que le pasa a Pedantín, cuando se acerca a su ansiada “universalidad” desde lo más local (véase esa Semana Santa), en este texto se te nota que te gustan esas gentes y esos pueblos. Los haces tuyos y escribes desde dentro. El resultado es un texto “sincero”, permitidme el adjetivo, un texto donde el narrador no es ajeno, es parte de la historia.

Sobre lo de la madera de escritor yo nunca he dudado, aunque sólo sea por la que se fuma…

Anónimo dijo...

Creo que deberías dejarte de relatos pollas de estos y empezar algo más serio, creo que saldríamos todos ganando y disfrutaríamos mucho más.

Por cierto, te he mandado un par de mails esta semana pero no sé si es que no te llegan, si andas muy ocupado o si simplemente pasas de mí.

Un saludito desde Lopera y por favor, no dejes nunca de escribir.

Porrito dijo...

Loperano:
¿cómo que relatos pollas?
Conste que a mi también me gustaría un libro completico. Pero soy realista ¿para cuando sería?
¿Crees que Volti El Inconcluso podría terminar un libro antes del 2020? ¿y qué haríamos mientras tanto?

Anónimo dijo...

Lo dudo, porque para lo único que ha tenido "güevos" en su vida ha sido para casarse con la Tata. Ni arquitectura, ni empresariales...

Creo que lo del 2020 es precipitado.

Un saludo

Anónimo dijo...

A ver Loperano, que el Volti está de vacaciones, y no lee ni estos comentarios ni tus mails, por lo menos de momento...

Añado, además de güevos pa casarse (menuda chuminá de hazaña) ha tenido güevos para abrirse el culo en repetidas ocasiones delante de un considerable número de espectadores e internautas. Eso es harina de otro costal, Loperano.

Saludossss

Anónimo dijo...

Cierto es que le toca descanso roqueteño, mea culpa.

Y lleva usted razón, se abre el culo y otras cosas.

Un saludo

Volti dijo...

Me he permitido editar la entrada (a estas alturas) para dejar un poco más claro el conflicto de la linde y la muerte de Facundo. Son un par de detallitos que mitigan un poco la precipitación y aclaran algo lo que no se entiende. Espero que ahora esté más claro, porque de reescribirlo paso. Lo he hecho porque voy a intentar seguir las indicaciones del Loperano y porque me ha picado Porrito. Así que a partir de esta historia quiero que nazca una mucho más grande que 'provisionalmente' se va a titular 'Matanza y Hoyada'. Ya hay bastante trabajo hecho en cuanto a estructura, personajes y localizaciones. Voy a documentarme y espero empezar a narrar en dos o tres meses. Así que reto a Porrito a que terminaré 10 años antes de lo que dice, sobre 2010, con dos cojones. Bueno, que probablemente se quede en nada, como siempre, pero al menos estoy disfrutando imaginando (recordadme evitar los gerundios) a una saga rural con distintas tramas en la que Facundo y Jacinto tienen mucho que decir.