Quiero hablaros de mi abuela, se llamaba Nicoletta, y desde joven siempre fue muy puta.
Y es que ella era muy natural y comprendió desde bien temprano que era absurdo reprimirse, y que ella nunca se llevaría bien con los curas, aquellos tipos oscuros con la voz entrecortada por la excitación que morbosamente la interrogaban en las confesiones. Algunas veces sus padres los invitaban a casa y ella los veía engullir con deseo enfermizo, como queriendo compensar en ello otras prohibiciones.
El caso es que mi abuela, entonces niña, decidió que cada uno tenía su pecado y que no daría más cuentas a dios por ser feliz. Así que fue probando aquí y allá en busca de placeres nuevos.
Con el tiempo, pasadas las primeras fogosidades del periodo post-liberación, comprobó que prefería la calidad frente a la cantidad. Disfrutaba todos los días de los miles de sencillos placeres que da la vida, refugiándose en ellos, madurando, recordando, preparándose para las nuevas experiencias que la seguirían sorprendiendo durante su interminable existencia.
Su sensibilidad e inquietud le ha permitido recoger los sabores del mundo entero, e ir creando un recetario propio de singular belleza.
Y es que ella era muy natural y comprendió desde bien temprano que era absurdo reprimirse, y que ella nunca se llevaría bien con los curas, aquellos tipos oscuros con la voz entrecortada por la excitación que morbosamente la interrogaban en las confesiones. Algunas veces sus padres los invitaban a casa y ella los veía engullir con deseo enfermizo, como queriendo compensar en ello otras prohibiciones.
El caso es que mi abuela, entonces niña, decidió que cada uno tenía su pecado y que no daría más cuentas a dios por ser feliz. Así que fue probando aquí y allá en busca de placeres nuevos.
Con el tiempo, pasadas las primeras fogosidades del periodo post-liberación, comprobó que prefería la calidad frente a la cantidad. Disfrutaba todos los días de los miles de sencillos placeres que da la vida, refugiándose en ellos, madurando, recordando, preparándose para las nuevas experiencias que la seguirían sorprendiendo durante su interminable existencia.
Su sensibilidad e inquietud le ha permitido recoger los sabores del mundo entero, e ir creando un recetario propio de singular belleza.
Me propongo utilizar este Blog, de nombre tan acertado para mi abuela, para contaros, poco a poco, algunos de los placeres que ella ya ha descubierto.
Hoy os hablaré de uno de los sencillos y delicados bocaditos con que mi abuela se topó en su viaje por Tailandia, cuando fue en busca del sagrado río Phraya (Madre de todas las Aguas), donde había oído que habitaban unos hombres-delfín que secuestraban a las jóvenes doncellas y les hacían melódicamente el amor durante 28 días y 28 noches.
En aquel viaje descubrió la salsa agridulce thai.

En aquel viaje descubrió la salsa agridulce thai.
Esta salsa se hace a partir de una mezcla de especias con alhova, cúrcuma, mostaza negra, guindillas, azúcar y vinagre.
La pasta que surge del majado de todas las especias juntas se cocina con chalotas, limón, cilantro y jengibre, a lo que se añade crema de coco.
El resultado es una salsa que mezcla la dulzura y cremosidad del coco, con la chispa del limón y el brillo de las especias frescas y el cilantro.
Mi abuela Nicoletta la solía tomar con unos bastoncillos de calabacín, con piel y todo, salteados unos dos minutos en una sartén con un poco de aceite bien caliente.
La pasta que surge del majado de todas las especias juntas se cocina con chalotas, limón, cilantro y jengibre, a lo que se añade crema de coco.
El resultado es una salsa que mezcla la dulzura y cremosidad del coco, con la chispa del limón y el brillo de las especias frescas y el cilantro.
Mi abuela Nicoletta la solía tomar con unos bastoncillos de calabacín, con piel y todo, salteados unos dos minutos en una sartén con un poco de aceite bien caliente.
La primera sensación es dulce, luego ácida; al morder el calabacín suelta su jugo verde y caliente que eleva hasta la nariz las especias. Los aromas se graban a fuego picante en la memoria y los labios.
Aún la recuerdo cuando lo hacía. El primer bastoncillo que mojaba en la salsa y se metía en la boca la emocionaba. Empezaba a hablar de las excelencias de Tailandia, de sus playas, sus cocoteros, sus junglas. Poco a poco, su locuacidad iba disminuyendo, hasta quedar en silencio. Yo sé que entonces volvía con los hombres-delfín.

Me gustaría animaros a todos a que saquéis a la puta, cariñosa y sensible Nicoletta que lleváis dentro, y nos contéis esas cositas que ella ya ha descubierto y que, mejor compartidas ¿no?